21 junio, 2006
18 junio, 2006
Parar, por Miguel Cobaleda
Corríamos cada uno por una de las orillas, parecía un juego pero no había puente, nuestras miradas atravesaban un abismo insalvable que igualmente hubiese podido ser entre montaña y montaña, entre mundo y mundo, entre la vida y la muerte.
Ni siquiera nos atrevíamos a hacer gestos para no sobrecargar ese hilo de nada que nos separaba y unía ¿cómo podíamos saber que la soledad no puede sobrecargarse? Éramos muy niños -la vida humana no da para crecer- y quizá no sabíamos verdad tan evidente, pero la sima infinita nos parecía infinita, sólo al madurar vas aprendiendo, que ya digo que en una vida humana no se puede no hay tiempo.
Vagamente recuerdo que estaba en nuestro ánimo empezando a crecer la idea de que tendríamos que despedirnos, pero sin saber muy bien cómo. Y entonces apareció el buhonero.
En efecto, te despides de alguien que se marcha y al que no volverás a ver, al menos durante un tiempo. Y no te despides de aquéllos a quienes ves y oyes de continuo, pero... El buhonero tenía, me dijo (nos dijo, y eso es raro, quizá es que había a la vez dos buhoneros, o uno solo que estaba en ambas orillas del río) la solución del problema. Porque claro, que veas y oigas al otro no significa que no haya una sima entre ambos y que, por lo tanto, no debas realmente despedirte.
La respuesta era un silbato, así de simple, un silbato. Una pieza pequeña de metal muy gastado aunque con brillo de plata, una ranura ciega que mataba el sonido, un silbato sordo, eso es lo que me dijo... y silbó con toda fuerza y no oí no oímos nada pero el río se paró de repente, todo el río, hecho piedra al instante el entero caudal. Dudé yo si sería de verdad el silbato, o el silbato era truco para ocultar la magia y el inmovilizador de ríos era el propio buhonero; como éramos niños, de algo teníamos que dudar para quedarnos tranquilos con una explicación alternativa y satisfactoria.
Y ya no hubo más. Pasamos andando por sobre el sólido puente de agua detenida, nos dimos un abrazo, jugamos a deslizarnos y a saltar y a correr, al fin nos cansamos de certificar la maravilla y salimos del cauce. El buhonero silbó nuevamente en silencio y el flujo del torrente se convirtió en torrente, a veces los milagros son tautologías.
Ya me maliciaba el precio impagable que iba a pedirme el hombre por aquel artilugio (si no pensaba venderlo ¿por qué tanta propaganda?), cuando lo deslizó en mi mano, diciéndome es un regalo y me quedé como el río, detenido y de piedra, puro asombro admirado y gratitud fósil.
Allí fue ella. Parar, fluir, parar, fluir, parar, fluir... el pobre caudal estaba como poseso, ya podéis imaginar, juguete de un niño que tiene un silbato paralizador de ríos...
Cuando el viejo ambulante me vio pensativo -muy luego de tanta aventura maravillosa-, observando el cilindro con ojo analítico, acercándome al agua y examinando las ondas como hidráulico experto, sonrió comprensivo y se avino a explicarme por tranquilizar mi ánimo.
En efecto, era un truco, no se puede parar la corriente de un río. Lo único que hacía el famoso silbato (que guardo en algún sitio como recuerdo de infancia) era moverlo todo, todo lo demás, las orillas, los árboles, las montañas, los campos, los soles, las estrellas, a la misma velocidad con que fluía el agua, dando de este modo la sensación -pero falsa- de que era el propio torrente el que se había parado. Así se explica, no podía ser de otro modo, nadie puede detener la corriente de un río.
No me salvas (poema sobre poema), por Mamen Somar
Donde el viento mece la espera, donde la tarde oscila sin miedo a ser digerida por la oscuridad, ahí se encuentra mi orilla.
Es ahora cuando mi pecho se despoja de la armadura, en esta corriente que se dilata a escondidas, alumbrando al fondo, tu mirada triste. La humedad acierta sin miedo, solloza sin llanto y la jara se descalza, hunde sus pies blancos en la tierra para invadir la memoria con su aroma.
Tus dedos ya no lían en los recodos y en las curvas.
Sólo agua entre tanta soledad... Me faltas.
Permanecen las huellas, pétalos que emergen en cenizas.
Alborotas mi ansia. Eres la medida de todas mis letras y el saberlo atraviesa el pecho despacio, gota a gota, de parte a parte.
Entregada al río que refleja entre semillas tu rostro, soy un cuerpo a la deriva.
Donde el viento mece la espera, donde la sombra mordió los bordes, allí, sin pluma ni lengua estaré yo, entre todas las palabras que mueren de tiempo.
Es tarde. La noche fluye sumergida en un reflejo abatido de luna y distancia.
Me lleva la corriente... y tú no me salvas.
Antakarana, por Obdulia Mateos
Sentada en la peña Señora que desde el valle se divisaba, creía estar y estaba, sin estar.
Sentía, y al ver el agua bajar del risco soñaba que el arroyo manso del valle que amansaba la cascada, era un gran río y así vio desde la peña Señora agrandarse hasta el infinito el río que llegó hasta otro más grande y éste a su vez fue a otro río y así sucesivamente hasta llegar a perderse en su mar. El mar habló con otros mares y acordaron dejarlo pasar hasta un continente afligido por su deshidratación. Se dividió y se extendió desde los mares del corazón y regó la tierra sedienta de amor.
Desde la peña Señora en la que nadie subió, la fuerza del deseo que pidió, creyó y sintió. Cruzó tres siglos y el futuro le mostró sonrisas de sabios, carcajadas inocentes de niños felices, alegría de humanos sin odiar la historia que hicimos soñando.
Regresó a la dehesa a seguir contemplando a la peña Señora y la peña El Rayo, la de los dos huevos y las que me callo. El arroyo claro y el humilde risco que se ha ido olvidando. Un antakarana al país de los desheredados
Primavera, por Claudia Toda
Hay historias comunes y corrientes, corrientes como acequias que mueren en alcantarillas, corrientes como los intermitentes charcos de las calles. Historias que de pronto muestran el resbaladizo azabache de una babosa oculta o el reflejo tardío de una espadaña en una tarde larga y suave.
Las historias corrientes fluyen de boca en boca, avanzan, cambian, evolucionan, se remansan, se embalsan, a veces se resecan en forma de viejas leyendas o se eutrofizan en mitos cenagosos… Pero si hay suerte cierran su ciclo, manan siempre de fuentes diferentes, fluyen de otras bocas a otros oídos y vierten al eterno mar de las palabras, donde todo es posible y el lago se convierte en mar y la mísera cabaña en un palacio y el joven pescador en príncipe de virtudes incontables… Así son las palabras y así son las historias.
Hay, además, personas comunes y corrientes que como acequias acuden al trabajo cada día y como intermitentes charcos se atreven a soñar con otros mares. Personas que de pronto se abren como granadas, mostrando un sinfín de negras pepitas brillantes o el reflejo azul de una tarde de sol en el Mediterráneo.
Las personas corrientes fluyen de unas etapas de la vida a otras, avanzan, cambian, evolucionan, se remansan, se embalsan, a veces se resecan en forma de viejas ilusiones o se eutrofizan en rencores cenagosos… Pero si hay suerte cierran su ciclo, manan siempre de lugares diferentes, fluyen buscando bocas que cuenten y oídos que escuchen aquellas historias provenientes del eterno mar de las palabras en el que todo es posible y la ciudad se vuelve metrópolis y la oficina es un velero y uno mismo, quién sabe, es un contador de historias infinito…. Así son las personas y así son las palabras.
Sucede a veces que una persona corriente se encuentra con una historia corriente y no puede dejarla escapar; sucede que las historias dan con el protagonista adecuado y no pueden permitir que la trama no se represente.
Venía el verano pronto o tarde, dependía de la hora del día. A las tres de la tarde el sol era intenso y la sombra se hacía imprescindible, pero hacia las nueve se levantaba una brisa fresca que hacía aflorar las chaquetas y enfriaba lentamente las puntas de los dedos. Hacía tiempo que lo conocía y que le interesaba; algo en él creaba un campo intenso de atracción, y ella quería explorarlo y saber si habría quizás alguna acequia escondida en que poder meter los pies en una tarde calurosa. Quería surcar ese campo y poner la oreja en la tierra y escuchar si, en las profundidades, sonaban aguas subterráneas.
(Hacía tiempo que, en el mar de las palabras, una corriente de fondo se había puesto en movimiento).
Empezaron a verse con cautela, recordando citas adolescentes. Sin rumbo atravesaban la ciudad, disfrutando la sombra de centenarias catedrales, aprovechando agradables rincones poco conocidos, explorándose en palabras que se alargaban y en conversaciones que se estiraban más allá del atardecer. Al lado del río había un paseo en cuyas lindes habían salido amapolas y campánulas, transitado por niños en bicicleta y adolescentes tan desorientados por aquella explosión de primavera como ellos mismos. Al fondo del paseo había unas mesas que ellos usaban como bancos; se sentaban allí a ver pasar el agua, algún piragüista solitario, a las golondrinas cazando mariposas con nombre de letras griegas… Jugaban a adivinar la dirección del río, a juntar palabras absurdas, a contarse lo primero que les pasaba ante los ojos. Un día él le contó que las derivadas podían entenderse si se pensaba en ríos, puentes y barcas, y ella no entendió nada pero pensó que derivar sólo podía entenderse una vez que avanzas sin rumbo por un mar de palabras ondulantes… a la deriva bajo el sol.
(En el mar de palabras, en efecto, la corriente de fondo había empezado a levantar pequeñas ondas intermitentes).
Habían ido tomándose la medida, y ahora ella sabía que el campo que él irradiaba contenía, además de una acequia, un complejo sistema de canales que dibujaba una perfecta cuadrícula. Cada cuadro era verde y fértil, cultivado con esmero, cada uno era distinto y cada uno era, en sí mismo, un mundo nuevo. Además, puso la oreja en la tierra húmeda y oyó en su fondo un fluir atronador de notas musicales, un torrente incontenible y desbordante. Tuvo, quizás, un poco de miedo.
(Las palabras, en aquel mar remoto, habían comenzado a encadenarse en forma de olas).
Hacía tiempo que el sol se había ocultado y un pedazo fragmentario de la ciudad brillaba ante ellos, iluminado por farolas y surcado por pequeños coches de faros amarillos. Una mano fría se coló bajo un jersey, una nariz fría buscó el calor de un cuello, la carne de gallina y el alma de cristal…
(La historia ya no podía esperar, se reveló brillante en la cresta de las olas y se anudó alrededor de ellos, anudándolos).
Así que ellos se aferraron a la historia y la representaron. Abrieron las compuertas y compartieron todas las corrientes que los componían: compartieron literatura y sinfonías, compartieron bromas absurdas y obsesiones aún más absurdas, mezclaron experiencias y recuerdos, desembocaron uno en el otro, eran afluentes y receptores al mismo tiempo, eran mar y nube y lluvia y palabras que salían de ningún sitio. Cuando él estaba boca abajo, ella recorría el surco suave de su espina dorsal con un dedo: allí estaba todo. Ése era el canal por el que fluían letras, notas, besos y caricias, derivaciones y desvaríos… Apoyaba la oreja contra su espalda y oía cómo, entre las vértebras, aquel río subterráneo se convertía en un mar inmenso que le contaba historias.
Le contaba, a veces, esta historia. La historia corriente de dos personas corrientes que se vieron de pronto en un velero, surcando el perfil de las metrópolis y capaces de crear, con sólo escucharse, incontables historias infinitas.
Agua pura y dura, por Natividad Gómez
Sin pensárselo ni siquiera un segundo, llevando como único equipaje el recipiente más grande que había logrado encontrar, emprendió un largo camino al encuentro del remoto lugar, de la gran montaña y de las milagrosas aguas, con la esperanza de limpiar, de una vez por todas, la negrura de su alma.
Treinta días y treinta noches sin interrupción tardo en encontrar el bendito líquido. Con gran premura llenó a rebosar el recipiente con el valioso tesoro y sin detenerse a descansar ni un momento emprendió el regreso. La pesada carga unida al cuidado que puso en no derramar ni una sola gota del preciado elixir hicieron mucho más ardua y lenta la vuelta.
Pasaron sesenta días y sesenta noches hasta que volvió .
Ya en casa, antes de comenzar a beber, contempló ensimismado la trasparencia del líquido en el vaso. Durante todo un día y una noche bebió y bebió sin descanso y al minuto exacto de haber bebido la ultima gota, un gran charco de agua límpida y clara esparcida por el suelo de la habitación era lo único que quedaba del pobre Isacio.
El río de la vida, por Vanessa Jiménez
el                           mundo                          fluye
y                      no                   ríe
Más el Mundo gira y al girar
Envuelve en su lamento
Al Mundo que no llora
sino que rie
que goza
que vive
pero
tarde se da
cuenta de que el
lamento
es yermo y la risa fluye
y cuando lo sabe la vida que ya no tiene
se diluye en el mar oscuro cuyos abismos son insondables.
Desde esta orilla, por Clara González
Los muros del castro, por Mercedes Hernández
Ofelia y Mapa físico, por Isabel Castaño
Nunca la noche estuvo tan hermosa como cuando la tísica flotó, aguas abajo, escoltada por un banco de sardinillas que jugaban a pasar entre sus dientes tan blancos; con los cabellos enredados de algas y lotos y los brazos extendidos como alas.
Sin embargo el forense indicó a los guardias que impidieran a la gente acercarse por miedo a que la muerte les contagiara su estética, y en las noches venideras se las pasara levantando cadáveres en un pueblo tan impresionable.
MAPA FÍSICO
Desde su celda tiró la colilla encendida al cauce del río mientras situaba en el mapa de su cabeza aquellos prados en pendiente vistos con los ojos de antaño. Y por la quemadura redonda y humeante de la cuenca de sus ojos comenzó a manar un llanto de heno líquido, bosta y manzanilla. No necesitaba seguir su rastro. Sabía que ese oloroso río desembocaba directamente en la mar.
Cuerpo de Hombre, por Paz Castaño
A medida que exploro el mundo, sierra abajo, mi cuerpo crece y se hace más fuerte. Mientras me dejo deslizar suavemente por el valle, llega hasta a mí el susurro de los castaños y los olmos que invaden los sotos. Mi viaje es muy placentero salvo cuando entro en Béjar; me siento encajonado y ceñido entre fábricas que han creado los hombres, aprovechándose de mis aguas jabonosas gracias a la Saponaria que crece en mi ribera. Pero me escupen su porquería tras abatanar y lavar la lana y, además, no se cansan de insultarme; me llaman maloliente. Madre me aconseja que no haga caso, que arrastre con fuerza esa suciedad y ruja todo lo que pueda para no oírles, que al fin y al cabo no pueden hacerme daño. Solo son hombres.
Mi recompensa es seguir mi curso camino de Puerto de Béjar. Cuando ante mí aparecen de pronto sus montes me lleno de su belleza, sobre todo en otoño con su variedad de tonos amarillos, tostados y el verde desvaído de sus castaños; me abro relajado hasta llegar a Montemayor del Río, donde muero un poco cada día al verterme en mi padre Alagón, hijo de Tajo, a su vez hijo de Atlántico.
De cómo se fundó el río Tormes 4 - Taller de Clara Obligado
Teresa, Dolores, Miguel y Raúl
En el principio de los tiempos, un chorrito de agua caía sobre el valle. Fue entonces cuando la Ninfa, graciosa fuente de la confusión de los dioses,...
...se sintió atraída por el inicio de aquel manantial. Surgía de una cueva próxima a la falda de la montaña. Montaña que adoraban hasta los sátiros por su gran magnetismo. La montaña atraía a todos los poderosos. A tantos como eran seducidos en las noches primaverales por el gran Príapo...
...Cuidándose de que nadie la observaba, salvo Zeus vigilante, la Ninfa se acercó al manantial y hundió sus pequeñas manos en el agua. Cerró los ojos y, en ese instante, comenzó a manar el manantial con mucha más fuerza, cada vez con mayor violencia, arrastrando los arbustos de la orilla...
...Una fuerza incontrolable dominó el curso de aquel río, de aquel húmedo llanto que atormentaba, oh Tormes, tormento, a los hombres mortales que soñaron el mar.
Ese día y esa noche nació el Tormes, río de la vida y la muerte.
Oh, Zeus, que tus sabios ojos vigilen su curso, que la fuerza de tu aliento mantenga despierta el agua, que las ninfas soñemos a su orilla, que bordemos con nuestros cantos la palabra amor, la enhechizada voluntad del tiempo.
De cómo se fundó el río Tormes 3 - Taller de Clara Obligado
En el principio de los tiempos, un chorrito de agua caía sobre el valle. Fue entonces cuando la Ninfa se acercó lentamente hacia aquel flujo de agua que corría. Decidió tocarla con las palmas de su mano y notar la frescura de aquella prueba evidente que le ofrecía la naturaleza. Prueba de que todo fluía sin miedo, a pesar de que existieran los Sátiros. Ella sabía de su existencia...
...por las narraciones que su madre le había do contando desde niña acerca de los orígenes del cosmos y las costumbres de los hombres sobre la Tierra. Una intuición asoló de pronto su inquieta mente: ¿Cuál era el origen...
...del agua? Ella, diosa de los ríos, novia escogida para el agua, Venus del llanto convertido en arroyo dudó de su origen.
Su desesperación se hizo líquida y el canto de sus ojos se sumó al chorrito del agua. La sabia Naturaleza le dio el soplo a aquel...
...bisberillo inicial, raudal después y, por fin, sereno el llanto, se hizo un remanso allí donde los robles formaban un hermoso claro en l bosque; allí donde también el dios Pan dormía plácidamente, si es que alguien tan irascible como él podía tener placidez.
Ay, qué sereno paisaje si la ribera no hubiera alcanzado las sandalias que enfundaban sus pies. Nunca Pan generó después una tormenta como aquella, con sus bramidos de cabrón enfurecido. De allí nació la leyenda de Tormes, hijo de la tormenta; río enfurecido y traicionero que sólo duerme si sestea y nadie turba sus orillas.
De cómo se fundó el río Tormes 2 - Taller de Clara Obligado
Raúl, Isabel, Paz y Andrea
En el principio de los tiempos, un chorrito de agua caía sobre el valle. Fue entonces cuando la Ninfa hilvanó su mirada en el cielo y comenzó a bordar aquellas gotas de lluvia entonando un canto:
Oh, Zeus, tú que me diste el soplo de vida...
...dame la fuerza de los vientos para enfrentarme a la tormenta, a su humor irascible y su aliento de fuego. ¿Cómo será mi vida, mi apacible vida, a su lado?...
...¿Cómo crecerá aquel que nacerá de mi amor por otro ser?
-Anteros te lo hará saber; él tiene la clave del amor mutuo.
-Padre, qué es ese hilo de vida que cae sobre el valle?
-Es Tormes, río que fluye entre puentes de Helmántica.
Mientras la Ninfa rogaba a Zeus e indagaba, no se daba cuenta de que aquellas aguas que empezaban a mojar sus pies y crecían envolviéndola, era fruto de su propio cuerpo. Eran sus lágrimas causadas por el temor que sentía no ver realizado su deseo; por eso este río se llama Tormes, por haber nacido de la tormenta que sentía en su interior.
De cómo se fundó el río Tormes 1 - Taller de Clara Obligado
En el principio de los tiempos, un chorrito de agua caía sobre el valle, fue entonces cuando la Ninfa, mientras bordaba una enorme colcha para sus hermanos menores, escuchó unos leves pasos a sus espaldas, entre los arbustos. Intuyó una presencia que quiso disimular.
Un Sátiro clavó sus ojos en su cuerpo de diosa. La Ninfa tomó en sus manos un puñado de agua y lo arrojó al aire exclamando:
-¡Que la pureza del agua nuble tu deseo, oh sátiro, que el llanto y la lluvia ocupen tus ojos y enfríen tu sexo!
Vete, Sátiro, de aquí. Oh, raíces, venid en mi auxilio y aprisionad sus tobillos; y si no conseguís detenedlo, libad mi cuerpo y convertidlo en escarcha, en savia que corra y se filtre por la tierra!
-Qué es esa savia? -preguntó la Ninfa.
-Esa savia que corre es el nacimiento del río Tormes, que recorrerá su curso por paisajes repletos de robles, hayas y castaños hasta su paso por Salamanca; que apacible discurrirá entre puentes y los hombres admirarán su belleza, -contestó el Sátiro, nervioso al verse interrumpido en sus lujuriosos escarceos hacia la ninfa curiosa.
Ellos no sabían que Tormes había nacido por la unión carnal de Helman, el dios de las ranas, y de Tica, diosa de los juncos. Por eso la ciudad que se fundó en sus orillas se llamó HELMÁNTICA (Salamanca)
17 junio, 2006
Dos poemas de María Alonso
A MERCED DE TU CORRIENTE
Nos miraba el amor
tan complaciente,
que en las alas de tus ojos me dormía,
y soñé que allí en tu piel bebía
el placer que emanaba tu corriente.
En el hueco de tus manos me escondías,
recitándome en los labios tus lamentos,
y en la aurora ya del nuevo día
me cubrías con tu dicha,
asomándote a mi cuello.
Nos miraba el amor
tan complaciente,
que en el gozo de tu lazo me dormía,
y soñé que en tu abrazo sucumbía
navegando a merced de tu corriente.
S/T
Amanece,
café y pan caliente
junto a la ventana.
Para ti estos versos
para mí tu ausencia,
o tu lejanía...
Los vencejos chillan,
al aire le roban briznas.
Yo le robo al tiempo
aquel instante de tu boca
para hacerla mía,
y rescatar de nuevo
aquel fugaz encuentro,
fugaz como la vida.
Abría marzo el saúco
y en la ribera extendía
aquel perfume fluvial
de pura melancolía,
que escalaba a tus palabras
y en mi corazón prendía.
El tiempo es un murmullo
que cose nuestras vidas,
las ata con mil penas
o las borda de alegrías,
pero nunca se detiene
ni espera,
ni olvida
aquel instante de tu boca
que no pudo ser mía.
Si estuvieras aquí, por Juana Ciudad
Qué hermoso día de mayo, florido y soleado, en que me entregué al recuerdo.
Mientras pisaba las centenarias piedras del puente contemplaba las orgullosas torres de la catedral y los acogedores vitrales de la casa Lys, una perla rescatada de las profundas aguas del tiempo y del abandono.
Imposible no mirar atrás, veinte, veinticinco años atrás, cuando esta casa no era sino un montón de escombros, cuando tú todavía no estabas, cuando aún no eras nada para mí.
Entonces también pisé estas losas, también paseé por la ribera de este río, observando a los patos escribiendo uves en el agua, también miré las flores. Eran otras, pero casi las mismas amapolas, análogas varas de zurrón de pastor, parejas anchusas, parecidos lupinos, idénticos manojos de semillas escapando de los chopos y posándose en mi pelo como extemporáneos copos de nieve.
Volverán las oscuras golondrinas
en tu jardín sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán;
pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar;
aquéllas que aprendieron nuestros nombres, ¡ésas no volverán!
Seguí caminando. Me adentraba en el salvaje esplendor de la hierba hasta que de golpe me topé con el molino abandonado al gobierno del tiempo y sentí un escalofrío de tristeza y de gozo. Volví a pensar en ti.
Si estuvieras aquí, pensé, añorando tu presencia para poder decirte:
—Mira qué lindos colores los de ese pájaro que canta desde su rama.
"Si estuvieras aquí", pensé, echándote de menos, pero ahora pienso que si hubieras estado allí, caminando a mi lado, sincronizando, conmigo, los pasos, mirándome para encontrarte con mi mirada, no me hubiera dejado llevar por la tristeza de lo que nuca volverá, porque si tú hubieras estado allí no habría existido el pasado para mí.
Tú y yo, por Esther Patrocinio Sánchez
Terminan las actividades
Ayer terminaron las actividades presenciales de Un río de palabras. A partir de ahora siguen activos los paneles para colocar las construcciones con las palabras que vienen en los sobres y este blog, que permanecerá abierto lo que permita Blogger.com
Raúl Vacas estuvo en la Casa de las Conchas el martes 13 para ofrecernos un taller de poesía en el que fuimos alumnos aplicados del poeta. Raúl tiene la capacidad de mostrarnos de un modo sencillo y muy didáctico que existe un nivel avanzado en el trato con las palabras al que todos podemos acceder con un mínimo esfuerzo para convertirnos en poetas, al menos durante unas horas.
Clara Obligado volvió el jueves 15 con un segundo taller en el que se nos invitó a escribir de forma colectiva historias míticas sobre el nacimiento del río Tormes. Los resultados fueron sorprendentes en muchos casos.
Finalmente, el viernes, Juanjo Domínguez coordinó y animó con diversas canciones en directo, una lectura de textos que varias personas habían escrito en torno al tema del río. Fue una jornada llena de buena energía en la que se animó a todos los asistentes a seguir creando.
Publicamos a continuación varios de los textos que fueron enviados a unriodepalabras@gmail.com
El Sapo - Susana Delgado
Al viejo del río, le llamaban el Sapo. Él era el que sabía a qué hora exacta salían del agua las ranas y los sapos, y era el momento en que nosotros escapábamos a hurtadillas de casa con los coladores para la leche, a darles caza. La gente en el pueblo creía que le llamaban Sapo por las dos verrugas como canicas verdes que tenía en el brazo, pero lo cierto es que el viejo nos contaba que había sido un sapo hace muchos, muchos años. Un sapo real, de los que cogíamos cuando se hacía de noche. Un feo sapo hasta que conoció a su Flaca, que hacía el mejor pollo al ajillo del pueblo, y tuvo que volverse humano, y volverse bueno. Nos pasábamos la tarde recogiendo insectos para las ranas, vivos, porque como todo el mundo sabe, si le das moscas muertas a una rana no se las come. A veces el viejo nos pillaba mirándole las verrugas, y entonces nos agarraba fuerte de la nuca y nos hacía mirarle fijamente a los ojos, muy cerca, nariz con nariz, hasta que parecíamos cíclopes. Entonces podíamos verlo, tenía las pupilas totalmente horizontales, iguales a las de los sapos del río. Y ya no había duda.
Los renacuajos están siempre debajo del agua, y como todo el mundo sabe, sólo salen al exterior cuando se hacen adultos, y ya pueden respirar fuera. Por eso ninguno de nosotros entendió que aquella noche una grúa sacara al viejo del río, sin zapatos y con los bolsillos de la camisa llenos de piedras. Al principio, no nos preocupamos demasiado porque, los sapos respiran por lo pulmones pero también pueden hacerlo a través de la piel, y mientras se mantuviese húmeda los sapos no morían. Algunos nos acercamos a ver al viejo, que estaba tirado en la orilla y rodeado por un montón de gente. Estaba algo azul y algo hinchado y con ese gesto que comprendí después se le queda a la gente cuando pierde.
Si al Sapo lo andaban buscando los malos, pensé, posiblemente le hubiese dado por hincharse para parecer más grande e intimidar a los depredadores como hacen las ranas, pero el caso es que el viejo no se movía nada. Ni un ápice. No se movió a pesar de gritarle que habíamos capturado quince ranas esa noche. Ni siquiera se movió cuando llegó la flaca llorando y gimiendo que era como un chiquillo y que maldita la hora en que salen los sapos. Y ahí estábamos, con las rodillas sucias y los ojos enormes. Creo que fue mi madre acariciándonos la cabeza a todos, la que marcó la línea que separa los cuentos del río del resto. Empezaron a temblarme las manos, y se me cayó el bote con las ranas, y todas volvieron hacia el río, como ya nunca hicimos nosotros, y los ojos se nos llenaron de lágrimas por habernos quedado sin sapos. Pero lo peor es que tuvimos que meternos las manos en los bolsillos, apretar fuerte lo puños y dejar que todos nos viesen llorar, porque como todo el mundo sabe, los sapos tienen una sustancia en la piel para protegerse, y es mejor no frotarse los ojos cuando se ha pasado tanto tiempo con un Sapo.
09 junio, 2006
El río sagrado, por Juana Ciudad - Taller de Clara Obligado 08/06
El río sagrado
Las aguas turbias y pesadas del río Ganges dejan su poso sobre el Ghat de los lavanderos, lamiendo los saris de colores extendidos bajo los rayos del sol. A pesar de la poca claridad de las aguas, la ropa está limpia. Hombres que parecen los esqueletos de sí mismos golpean la tela contra los escalones.
No lejos de allí, unas niñas hacen tortas con las boñigas de las vacas y las pegan a las paredes hasta que se secan y pueden apilarlas para venderlas como combustible. Sus manos, sus vestidos, y hasta sus caras están sucias de bosta, sólo sus ojos y sus dientes relucen bajo una amplia sonrisa.
Un poco más adelante, el cuerpo de un leproso, devastado ya en vida, y cubierto a medias por andrajosos trozos de tela, es arrastrado hacia la orilla del río por un intocable. Alrededor de la cabeza del muerto, escapan tiras de tela manchadas de rojo y dos perros que siguen al fardo tironean de los andrajos, lamen la sangre y sacan bocados del cadáver sin que nadie les espante ni les niegue el festín. El intocable ata una piedra al cuerpo del leproso, la sube a una barca y se adentra en el río sagrado. Desde la orilla, los perros lloran con su ladrido el bocado que se les escapó. Cuando la barca alcanza el centro del río, el hombre tira la piedra al Ganges y el cuerpo del leproso se sumerge tras ella hasta descansar entre el fango. Éste es el fin de los leprosos, los que mueren aquejados de varicela, los niños que mueren recién nacidos, las mujeres embarazadas, los liberados o shadus y los que fallecen por mordedura de serpiente. A todos ellos les es negada la incineración.
Sólo unos pasos más allá, en alguno de los muchos Ghats que se alinean a la orilla del río, hombres, mujeres y niños hacen sus abluciones. Lavan sus cuerpos, su cara y sus dientes mirando a Suria, el dios Sol al que le piden el privilegio de morir en esta ciudad, Benarés, para ir directamente al cielo sin necesidad de sucesivas reencarnaciones. Aquí se asean y purifican los peregrinos antes de hacer sus rezos.
Junto a ellos, los shadus, con sus pelambres trenzadas con hierbas y flores, sus cuerpos y rostros cubiertos de ceniza, en paz y sosteniendo su tridente como símbolo de culto a Shiva, dicen sus oraciones.
Mientras, en el Ghat de las incineraciones, se queman los cuerpos de los fallecidos ese día: con madera de calidad y ricas esencias los poderosos, con desechos de madera y bosta de vaca, los pobres. Después de la cremación, los restos serán arrojados también al Ganges que todo lo acoge, al río sagrado que arrastra despojos humanos y animales, basuras, candelas encendidas como ofrendas de fuego y aromáticas guirnaldas de flores.
Juana CiudadElena Plaza - Taller de Clara Obligado 08/06
Ya regresé. Después de tantos años, vuelvo a estar tumbado en la orilla de mi río. La última vez era sólo un muchacho con miedo y ganas de comerse el mundo. Ahora aún no soy un hombre, digo teniendo miedo y sé que no es necesario comerse el mundo para vivir intensamente.
Atrás, en otros países, en otros ríos, han quedado estos años. Como el agua que arrastra hojas, ramas, que cobija peces y algas, así los años han arrastrado y cobijado amores, amigos, amantes.....
El agua es siempre igual en todas partes, pero no los ríos que las llevan. Los días son siempre iguales (mañana, tarde, noche), pero no las vidas que vivimos en ellos.
En esta orilla, de nuevo mi orilla, la de mi infancia, la de mis juegos, siento que ya no soy de ella. Hay otra orilla, en otra parte, que me reclama, que se mete por mi ropa y por mi piel y que me hace suyo, tan suyo, que ya no sé de qué río soy, ni de qué orilla, ni de qué mujer.
Mª Elena Plaza Martín
Clara Obligado en las Conchas
Ayer jueves tuvimos la oportunidad de compartir con la escritora Clara Obligado un taller de creación alrededor de su relato El río, el río. Publicaremos en el blog algunas de las creaciones que realizaron los asistentes.