18 julio, 2006

El Corbones, por Miguel Ángel Rivero Gómez

El verano vino más pronto que de costumbre. A principios de mayo, ya se ocupaba el calor de asolar nuestras tardes sin colegio. Como a las cinco nos reunimos con nuestras bicicletas junto al puente viejo, dispuestas a darnos el primer chapuzón del año. Teníamos que buscar un buen lugar, y escondido, fuera del alcance de los chicos. Pedaleamos casi media hora, hasta dar con una arboleda bien retirada, donde a buen seguro no llegarían. Corría bastante agua, pese a que no había sido un invierno de lluvias. Ninguna quería ser la primera en desnudarse, en desvelar los cambios que el tiempo había operado en su cuerpo a lo largo de todo un año.


-Venga, ¡todas a la vez! –nos animó Claudia.


Y allí que fuimos. Nos desnudamos de forma acelerada, dejando nuestras ropas desperdigadas por la hierba, en total confusión, y nos lanzamos a agua. Era magnífico poder combatir de alguna manera a aquel enemigo periódico e infalible. Lo estábamos pasando genial. Nos reíamos señalándonos nuestros delgados pezones en erección. Hasta que llegaron los chicos. Allí nos descubrieron, y nosotras con nuestras solas cabecitas fuera del agua, vestidas por el solo río, mientras ellos jugaban con nuestras ropas, haciendo gestos estúpidos. ¡Qué terrible la impotencia de la vergüenza adolescente!