El río sagrado, por Juana Ciudad - Taller de Clara Obligado 08/06
El río sagrado
Las aguas turbias y pesadas del río Ganges dejan su poso sobre el Ghat de los lavanderos, lamiendo los saris de colores extendidos bajo los rayos del sol. A pesar de la poca claridad de las aguas, la ropa está limpia. Hombres que parecen los esqueletos de sí mismos golpean la tela contra los escalones.
No lejos de allí, unas niñas hacen tortas con las boñigas de las vacas y las pegan a las paredes hasta que se secan y pueden apilarlas para venderlas como combustible. Sus manos, sus vestidos, y hasta sus caras están sucias de bosta, sólo sus ojos y sus dientes relucen bajo una amplia sonrisa.
Un poco más adelante, el cuerpo de un leproso, devastado ya en vida, y cubierto a medias por andrajosos trozos de tela, es arrastrado hacia la orilla del río por un intocable. Alrededor de la cabeza del muerto, escapan tiras de tela manchadas de rojo y dos perros que siguen al fardo tironean de los andrajos, lamen la sangre y sacan bocados del cadáver sin que nadie les espante ni les niegue el festín. El intocable ata una piedra al cuerpo del leproso, la sube a una barca y se adentra en el río sagrado. Desde la orilla, los perros lloran con su ladrido el bocado que se les escapó. Cuando la barca alcanza el centro del río, el hombre tira la piedra al Ganges y el cuerpo del leproso se sumerge tras ella hasta descansar entre el fango. Éste es el fin de los leprosos, los que mueren aquejados de varicela, los niños que mueren recién nacidos, las mujeres embarazadas, los liberados o shadus y los que fallecen por mordedura de serpiente. A todos ellos les es negada la incineración.
Sólo unos pasos más allá, en alguno de los muchos Ghats que se alinean a la orilla del río, hombres, mujeres y niños hacen sus abluciones. Lavan sus cuerpos, su cara y sus dientes mirando a Suria, el dios Sol al que le piden el privilegio de morir en esta ciudad, Benarés, para ir directamente al cielo sin necesidad de sucesivas reencarnaciones. Aquí se asean y purifican los peregrinos antes de hacer sus rezos.
Junto a ellos, los shadus, con sus pelambres trenzadas con hierbas y flores, sus cuerpos y rostros cubiertos de ceniza, en paz y sosteniendo su tridente como símbolo de culto a Shiva, dicen sus oraciones.
Mientras, en el Ghat de las incineraciones, se queman los cuerpos de los fallecidos ese día: con madera de calidad y ricas esencias los poderosos, con desechos de madera y bosta de vaca, los pobres. Después de la cremación, los restos serán arrojados también al Ganges que todo lo acoge, al río sagrado que arrastra despojos humanos y animales, basuras, candelas encendidas como ofrendas de fuego y aromáticas guirnaldas de flores.
Juana Ciudad
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