18 junio, 2006

Agua pura y dura, por Natividad Gómez

Isacio era un hombre muy atormentado por la culpabilidad que oscurecía su alma y no le dejaba vivir tranquilo. Un día, llegó a sus oídos el rumor de que en un remoto lugar del planeta habían descubierto, en las profundidades de una gran montaña, un rió cuyas milagrosas aguas curaban todos los males del cuerpo y del espíritu de aquellos que las bebían.

Sin pensárselo ni siquiera un segundo, llevando como único equipaje el recipiente más grande que había logrado encontrar, emprendió un largo camino al encuentro del remoto lugar, de la gran montaña y de las milagrosas aguas, con la esperanza de limpiar, de una vez por todas, la negrura de su alma.

Treinta días y treinta noches sin interrupción tardo en encontrar el bendito líquido. Con gran premura llenó a rebosar el recipiente con el valioso tesoro y sin detenerse a descansar ni un momento emprendió el regreso. La pesada carga unida al cuidado que puso en no derramar ni una sola gota del preciado elixir hicieron mucho más ardua y lenta la vuelta.

Pasaron sesenta días y sesenta noches hasta que volvió .

Ya en casa, antes de comenzar a beber, contempló ensimismado la trasparencia del líquido en el vaso. Durante todo un día y una noche bebió y bebió sin descanso y al minuto exacto de haber bebido la ultima gota, un gran charco de agua límpida y clara esparcida por el suelo de la habitación era lo único que quedaba del pobre Isacio.