Antakarana, por Obdulia Mateos
Sentada en la peña Señora que desde el valle se divisaba, creía estar y estaba, sin estar.
Sentía, y al ver el agua bajar del risco soñaba que el arroyo manso del valle que amansaba la cascada, era un gran río y así vio desde la peña Señora agrandarse hasta el infinito el río que llegó hasta otro más grande y éste a su vez fue a otro río y así sucesivamente hasta llegar a perderse en su mar. El mar habló con otros mares y acordaron dejarlo pasar hasta un continente afligido por su deshidratación. Se dividió y se extendió desde los mares del corazón y regó la tierra sedienta de amor.
Desde la peña Señora en la que nadie subió, la fuerza del deseo que pidió, creyó y sintió. Cruzó tres siglos y el futuro le mostró sonrisas de sabios, carcajadas inocentes de niños felices, alegría de humanos sin odiar la historia que hicimos soñando.
Regresó a la dehesa a seguir contemplando a la peña Señora y la peña El Rayo, la de los dos huevos y las que me callo. El arroyo claro y el humilde risco que se ha ido olvidando. Un antakarana al país de los desheredados
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